A todas las Amelias



Nací en 1968, el año que el mundo se convulsionó, el año que el mundo comenzó a cambiar. Nací en mayo de 1968, cuando todo inició en París, cuando los estudiantes se hicieron oír, después vino la primavera de Praga que terminó violetamente en agosto con la invasión de Checoslovaquia por la URSS y después los funestos acontecimientos de octubre en México.

Pero todo eso era el final de una era, una era marcada por dos horribles guerras, por el fin del colonialismo y por el fin de la era de los descubrimientos.

Cuando niño, crecí con las figuras de Neil Armstrong, primer hombre en la luna, todos los niños de mi edad querían ser como él. Soñábamos con algún día hacer algo así para toda nuestra raza.

Crecí admirando y venerando a Roald Amundsen primer hombre en llegar al polo sur y, fortuitamente, el primer hombre en llegar al polo norte. La historia de la expedición Amundsen era algo que siempre me hacía soñar; la historia fatídica, romántica, sin sentido de su competidor en la carrera por la conquista del Polo, Robert Falcon Scott, que murió congelado a 18 kilómetros, a menos de un día de camino de su campamento base. 

Mi cuento de hadas era la historia de Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, primeros humanos en llegar a la punta del monte Everest en 1953, apenas 15 años antes de que yo naciera. Me maravillaba esa historia como las historias del francés Maurice Herzog, el primer humano en escalar un monte de más de 8,000 metros, el Annapurna, de 8,091 metros sobre el nivel del mar. 

Mamé de la era de los descubrimientos, de los últimos exploradores. Crecí en un mundo que aún tenía misterios y lugares sin pisar por el hombre, soñaba algún día tener el valor, el arrojo y la grandeza de esos hombres. 

Sin embargo, la historia que mas me inspiró, que más me marcó en mi infancia, fue la de Amelia Earhart y fue especial para mi no sólo por la gran aviadora que fue; la aviación cuando pequeño era mi principal pasión, amaba lo aviones y soñaba ser piloto algún día. 

No, me inspiraba por su historia, me la contó mi madre, otra mujer a la que no le puedo dar otro adjetivo que valiente. 

Mi madre, puedo decir, fue una proto feminista, eso apenas comenzaba y no era un movimiento organizado como lo es ahora, y sus luchas eran pequeñas en comparación de los logros que tiene hoy el movimiento y los retos que vienen por delante. No, la lucha de mi madre era más modesta, su lucha era por ser, por existir, por vivir su vida a su manera y que la amaran así, tal como era, quitarse el estigma de mujer y ser un artista, un ser humano. 

Recuerdo que la primera vez que mi madre me habló de Amelia fue en 1975, fue el año internacional de la mujer. Yo le pregunté a mi madre el porqué había un año Internacional de la Mujer; tenía 7 años y ella, mi madre, quien siempre me habló dirigiéndose a mi como a un adulto y no como a un niño, me contó que las mujeres no podía votar hacía muy poco, que había mujeres que eran tratadas como posesión de sus padres o sus maridos, que no podían decidir por ellas mismas, me habló de cómo una “señorita” no podía salir de su casa sola, no debía estar sola jamás fuera de su círculo familiar, no podía decidir qué estudiar, qué vestir, qué comer, inclusive, me dijo, había mujeres que no podían decidir con quién casarse, cuántos hijos tener, nada.


Me contó que había mujeres que no podían comer hasta que su marido se sentara a la mesa a comer, no importaba que se estuviera muriendo de hambre. Que había mujeres que a veces no comían pues, si el marido llegaba con visita, la visita era primero. 

Pero, principalmente, me dijo que la mujer, aún en esos días no podía ser cualquiera cosa que ella quisiera. No podía elegir su profesión, su ocupación, su trabajo. 


Entonces me habló de Amelia, “una muchacha” (así comenzaba mi madre su relato) americana, que había estudiado la universidad “Porque en Estados Unidos ya no es tan mal visto que una mujer estudie una carrera” (decía mi madre que vivió allá en los 50’s) y que se hizo piloto, volaba aviones y fue la primera mujer en darle la vuelta al mundo sola en un avión.
Ese, en resumen, era el relato de mi madre sobre Amelia. Sobra decir que cada vez que mi madre me contaba de Amelia, que fueron realmente pocas veces, se emocionaba como si ella, o alguna de sus queridas hermanas fuera Amelia.

Entre las proezas de Amelia están: 

El 17 y 18 dejunio de 1928, se convirtió en la primera mujer en realizar como pasajera la travesía del Atlántico, en un avión comandado por los pilotos Wilmer Stultz y Louis Gordon, que recorrió los 3.200 kilómetros entre Terranova y Gales. 

Ese mismo año realizó varios vuelos en solitario a través de Estados Unidos. 

La travesía en solitario del Atlántico (1932), fue la primera mujer en completar sin acompañantes el peligroso viaje y nadie más lo hizo después de Lindbergh en 1922. 

El primer vuelo exitoso entre la isla de Hawái y el territorio continental de Estados Unidos (1935). 
En los meses siguientes realizó diversos vuelos de costa a costa de Estados Unidos, como el que la llevó de Los Ángeles (California) a Newark (Nueva Jersey). 

La fama y la celebridad alcanzada por estas hazañas, le permitió promover el uso comercial de la aviación y defender, desde una postura feminista, la incorporación de las mujeres a ella.


Todo eso lo hizo casada, lo que aumentó su popularidad entre las mujeres de esos años y la llevó a ser todo un símbolo del feminismo.

Amelia es mi explorador favorito y mas admirado porque no solo tuvo que enfrentar lo desconocido, el miedo y ser fuerte en todos los sentidos como Neil Armstrong, Amundsen, Scott, Edmund Hillary, Tenzing Norgay, Herzog y todos esos grandes exploradores, además de eso, tuvo que vencer las barreras del género, las barreras sociales y morales de la época.

Creo firmemente que mi madre encontró en Amelia la inspiración para enfrentar su personal lucha por ser mujer, ser libre y ser plena, su personal lucha contra las convenciones sociales y ser lo fue, un gran y luminoso ser humano.

Gracias Amelia, mil gracias, sin ti, muy probablemente yo no estuviera aquí.



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