20 Años después...
“La edad adulta trae consigo la ilusión perniciosa del control, y acaso dependa de ella. Quiero decir que es ese espejismo de dominio sobre nuestra propia vida lo que nos permite sentirnos adultos, pues asociamos la adultez con la autonomía, el soberano derecho a determinar lo que va a sucedemos enseguida.”
El Ruido de la Cosas al Caer – Juan Gabriel Vázquez.
Cuando era muy joven no podía imaginar que llegaría a los 50, siempre supe, con una pasmosa certeza, que moriría a los 30.
Vivir con esta estupidez en la cabeza y en la conciencia prácticamente desde que tengo uso de razón, (si, si tengo razón pese a lo que muchos piensan) hizo que mi vida antes de los 30 fuera una especie de montaña rusa, tenía que comerme la vida antes de que el tiempo se terminara. No es raro que cuando hago un recuento de esos años, un año parezca cinco años; no dormía, dormía muy poco, el tiempo era muy valioso para perderlo durmiendo. Ahorré poco o nada ¿para qué? Me moriría a los 30. Bebí todo lo que pude beber, fumé todo lo que pude fumar, fui a cuanta fiesta pude, prolongué noches por varios días para que la fiesta no parara, leí todo lo que pude, escuché toda la música “nueva” que pude, no había tiempo para “oldies” se hacía demasiada música buena en el mundo para quedar atrapado con sólo unas cuantas piezas, la vida terminaría en pocos años, debía vivir todo, todo lo que me gustara.
Mi libro favorito de Haruki Murakami es “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” en el, él personaje principal sabe que le quedan pocas horas antes de que su cerebro deje de funcionar y se pierda en un sueño eterno, si bien no morirá, si dejará la realidad para siempre. Horas antes de esto comienza a hacer un recuento de su vida, la encuentra desoladoramente vacía y se da cuenta que todo lo que hizo para evitar su trágico final fue lo más vivificante y valioso de su vacía vida.
Puedo decir que yo viví así los primero 30 años de mi vida, tratando de evitar que ese fatídico momento llegara, yo sabía que llegaría, sabía que un día, pasados los 30 años, moriría. Eso me hizo correr, vivir mi vida literalmente como si no hubiera mañana.
20 años después del final que no llegó aquí estoy. Vivo, puedo decir que mi vida no es nada de lo que yo esperaba a esta edad, si, no esperaba vida, yo ya debería estar muerto, pero no lo estoy. Entonces, aunque parezca una obviedad, soy afortunado, tengo mucho más de lo que soñé tener a los 50, tengo vida, tengo salud para vivirla y sobre todo, muchas ganas de hacerlo.
Si se me permite una reflexión sobre mi propia vida, creo que lo único que necesito es volver a vivir la vida con esa hambre de hacerlo, con esa misma urgencia de no quedarme sin vivir nada, de no perderme de nada, porque, ahora sí, el tiempo va en cuenta regresiva pero a diferencia de lo que pasaba hace 20 años, no tengo ni siquiera una sospecha de cuánto tiempo es.
Sirva esto como cada año para desearles a todos ustedes una vida espléndida, llana de las cosas que los hacen plenos, invitarlos a vaciarla de las cosas que no valen la pena, no pierdan el tiempo, no vale la pena, vivan, vivan como si mañana se acabara el mundo, su mundo, y, sobre todo, agradezcan todo lo que tiene y todo lo vivido.
Feliz año nuevo gente.
“¿Y qué he perdido yo?”, me pregunté, rascándome la cabeza. Sin duda alguna, había perdido muchas cosas. Si las hubiera apuntado todas en una libreta, posiblemente habría llenado un cuaderno de la universidad. Había sufrido mucho la pérdida de alguna de ellas a pesar de que, en el momento en que las perdí, creí que no importaba demasiado, pero con otras me había sucedido lo contrario. Había ido perdiendo diversas cosas, diversas personas, diversos sentimientos. En el bolsillo de un abrigo que simbolizaba mi existencia, se habría abierto un agujero fatal que ningún hilo ni aguja podrían coser. En este sentido, si alguien hubiera gritado: “¡Tu vida es un completo cero!”, yo no habría tenido ningún argumento en contra que esgrimir.Sin embargo, si hubiera podido volver atrás, me daba la sensación de que habría reproducido una vida idéntica a la que había llevado. Porque ésta –esta vida llena de pérdidas- era yo. El único camino que tenía yo de ser yo mismo. Por más personas que me hubiesen abandonado a mí, por más personas a las que hubiese abandonado yo, por más bellos sentimientos, magníficas cualidades y sueños que hubiese perdido, yo únicamente podía ser yo.”Haruki Murakami – El fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas
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