Música sin red de protección



Hoy mi buen amigo Javier Grajeda hizo una dinámica en Facebook, pidió que sus contactos le dijeran una canción con la que trabajan o les gusta escuchar mientras desarrollan sus actividades. Javier con esta información haría un playlist con esas canciones y trabajaría con ellas. Le dije que la canción con la que trabajo era “4 33”de John Cage y no fue una broma pseudo intelectualoide, fue mi manera de decirle que cuando trabajo prefiero el silencio.

Sin embargo, la broma asomó, como siempre, una verdad, y en esta ocasión, también destapó la lata de gusanos que significa para mi, escribir sobre música….

Estoy en una etapa de mi vida en que el minimalismo musical me ha atrapado; la música minimalista y techno mínimal se ha convertido en un remanso de paz, casi la única manera en la que puedo parar mi mente y dirigir mi pensamiento ordenada y completamente hacia un punto específico. También he descubierto que esta alineación de mi pensamiento desata y desentierra emociones muy profundas, miedos y demonios.

En este ejercicio, mezcla necia de masoquismo y auto flagelación que significa desatar demonios y jugar con ellos al bebeleche, he descubierto música y músicos maravillos.
En estos dos años y tantos de mi viaje por los yermos del mínimal sonoro, se me ha revelado Islandia como una tierra prodigiosa en compositores. 

Creo firmemente que nuestro entorno y nuestro lenguaje materno moldean nuestra creatividad y son producto siempre de nuestra psique afectada por estos dos elementos. Sostengo que nuestras obras son producto de cómo nuestro pensamiento es moldeado por la orografía del lugar donde crecemos, su clima, su humedad, sus olores, la abundancia o la carencia inherentes a nuestro entorno.

Al igual que el entorno físico, el lenguaje que hablamos desde niños, aquel con el que aprendemos a nombrar nuestro mundo y con el que decimos por primera vez “mamá” forja nuestra mente. No todos los lenguajes son iguales, las estructuras gramaticales y los niveles de significado de ellos hacen de nosotros lo que somos, nunca será lo mismo un mexicano que aprende a hablar otomí como lengua materna al que aprende a hablar castellano, nuestra psique se desarrolla diferente ya que nuestra lengua nombra diferente el mundo. 

Partiendo de esta teoría, creo que Islandia está aportando al mundo actual, al mundo moderno, el soundtrack de nuestra era, yo le digo mucho a mi amigo Miguel Almaguer, que para mí, Islandia es a este siglo lo que Viena fue para el siglo XIX.

Hildur Guðnadóttir
De Islandia he descubierto músicos como el sorprendente compositor Jóhann Jóhannsson (quien murió hacer un par de semanas, noticia que lamenté muchísimo y aún no puedo digerir. Más adelante escribiré sobre él y su música.) la cellista Hildur Guðnadóttir y el personaje de quien hoy quiero hablar, el músico y compositor islandés Ólafur Arnalds.

Ólafur Arnalds comenzó como baterista de una banda de hardcore metal en su natal Islandia, compuso canciones y músicas para bandas de metal en el norte de Europa, de repente, en algún momento, comenzó a hacer techno minimal experimental y es desde aquí que quiero hablar de su música.
Su trabajo es música etérea, parece flotar y jugar en mi mente, hay momentos en los que involuntariamente viene a mi cabeza la escena del video de la bolsa de plástico danzando en el aire en “American Beauty” la excelsa película de Sam Mendez.

La obra de Ólafur Arnalds es para mi, profundamente introspectiva y peligrosa, al escuchar su música es como si se materializara y pudiera verla a 30 metros del suelo sosteniendo una vara, parada en una cuerda y con los ojos vendados, caminado por la cuerda arrancando emociones en cada movimiento, sin red de protección. Así son las piezas de Arnalds, me tienen con el corazón en la garganta, esperando el siguiente paso, el siguiente giro, esperando el trágico final que no llega. Cuando termina la pieza, al igual que cuando termina el acto de circo en las alturas, se siente alivio, pero también se siente vacío, orfandad, angustia.
Dejo dos piezas Arnalds, las dos de su disco, un EP, “Living Room Songs”. Este disco lo grabó en 7 días, 7 canciones, una canción escrita y grabada por día, en la sala de su casa en Islandia, un disco maravilloso y me parece, el mejor ejemplo de la música de Ólafur Arnalds y una buena manera de iniciarse en su obra.





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