El Presente
El sol del primero de enero de 2003 me encontró borracho y enamorado en un bar en San Isidro, Buenos Aires. Este hecho es notable en mi vida pues fue el primer año nuevo que festejé como tal, a partir de entonces la “noche vieja” cobró relevancia para mi. Ese año, ese amanecer, todo parecía como el final de una película setentera donde todos los personajes habían encontrado su lugar y no parecía haber espacio para nada que no fuera felicidad.
2003 fue con mucho uno de los peores años de mi vida. No, no diré las sobadísimas frases de “todo pasa por algo” “lo que no me mata me hace fuerte” les regalo mi 2003, completo. Si pudiera borraría ese año de mi historia. Pero no puedo.
Hace un rato me llamó una querida amiga para desearme un feliz año, su voz estaba quebrada y se notaba que estuvo llorando, cuando la cuestioné me contestó “debe ser por las fechas”. Ayer otro amigo me decía que no estaba feliz de recibir el año nuevo, se está haciendo viejo y me mandó una foto de él con toda la barba cana. Si, se está haciendo viejo.
Leo estados en mis redes sociales tratando de congratularse con este año, con lo que pasó y con lo que no pasó. No fue un año fácil.
Este año perdí a mi padre, quisiera decir que me dolió mucho, pero no fue así, agradecí su vida y la pertinencia de su muerte, estaba comenzando a afectarle su inmovilidad, su dependencia de otros, estaba comenzando a no ser feliz.
Un par de semanas después perdí a otro faro guía en mi vida, mi mentor y maestro en muchas cosas serias que hice en mi vida, inspiración constante, motor y látigo que me movió más de una vez para actuar. Armando deja un hueco enorme en mi vida, en la vida de muchos, en una ciudad que lo necesita, lo extrañaremos muchísimo, lo echamos de menos desde el primero día.
Estos dos hechos aislados, la pérdida de mi padre y de mi mentor, bastarían para que muchos lo consideraran un mal año. Si agregamos a esto los terremotos, los amigos que se alejaron, los que alejé, la situación económica general, la mía en particular, podría llegar a la conclusión de que este año, 2017, puede entrar en el top 10 de mis peores años. Pero ya dejé de hacer eso.
El sol del primero de enero de 2018 seguramente me encontrará en mi casa, sólo, con Tessa y Gato, probablemente sus primeros rayos me lleguen mientras caminamos por el parque temprano en la mañana.
No sé cómo será 2018, ya no tengo expectativas, agradezco la vida, mi vida, la de mis amigos, agradezco las cosas buenas, intento encontrar las lecciones en las cosas malas, aprender de ellas y sacar lo mejor de todo.
No me pesa saber que me hago viejo, si me hago viejo es porque viví, lo mejor que puedo hacer con eso es agradecer y vivirlo realmente.
No extraño, no hay nostalgia, agradezco lo que pasó, confío en lo que vendrá, confío que será tan bueno como mis acciones actuales, intento actuar bien, hacer las cosas bien, para que el futuro sea bueno.
Me ha costado casi 50 años aprender a vivir este esplendoroso presente.
Feliz año a todos, alégrense, vivimos.
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